Un día despertás y el deseo de aportar tu granito de arena para cambiar el mundo es aún más fuerte. Es entonces cuando pensás en qué podés hacer para convertir ese sueño en realidad y lo resumís en tres palabras: “Quiero ser voluntaria”.
Tu mente se encarga de imaginar todo lo que podrías lograr, pero, por supuesto, también todos los obstáculos que se pueden presentar: ¿Cómo voy a comunicarme con mi equipo si soy tímido, ¿y si no me da el tiempo para cumplir con mis responsabilidades?, ¿Qué pasa si no logro mi objetivo?...
Todas esas preguntas ocuparon mi mente al entrar al salón donde en 2019 recibiría mi primera capacitación como voluntaria de UNICEF, el tema era la prevención de la violencia sexual en niños y niñas. Tres años más tarde, esas preguntas tienen respuesta y hoy, más segura que nunca, puedo afirmar que ser voluntario cambia tu vida mientras cambiás la vida de quienes más lo necesitan.
Siempre que mi mente viaja al día de mi primera capacitación, no puedo evitar recordar lo abrumador que me resultaba compartir mis ideas frente a los más de 50 estudiantes presentes. Escuchaba cómo otros hablaban con fluidez, mientras yo tomaba nota de toda aquella información fundamental para el inicio de mi viaje dentro del voluntariado.
Estar entre otras personas con la misma motivación para ayudar, me brindó la confianza para alzar mi voz, para ser yo misma y, en pocas palabras, para perder el “miedo”. Es así cómo, poco a poco, la palabra timidez fue dejando de formar parte de mí, para ser reemplazada por habilidades como comunicación asertiva, trabajo en equipo y oratoria. De tal forma, me di cuenta de que la timidez no es un impedimento para ser voluntario; por eso, no tengás miedo de alzar tu voz, no temás levantar la mano y participar. Como voluntario, aprendés que incluso el pequeño “sacrificio” de pasar al frente y exponer tu opinión vale totalmente la pena cuando a partir de tus ideas se formulan estrategias para hacer a un niño sonreír, cambiarle la vida y darle herramientas para la defensa de sus derechos.
Y así fue cómo gracias a la expresión de ideas, opiniones y soluciones, el equipo de voluntarios del que formo parte en mi universidad ha logrado formular diferentes proyectos para cambiar la vida de muchos niños.
El primero, siendo el que marcó el inicio de mi vida de voluntaria, se enfocó en brindar educación sexual enfocado en áreas de protección a un grupo de niños entre los 5 y 8 años, para brindarles herramientas y conocimiento necesarios. En la sonrisa de dichos niños vi materializado el esfuerzo de meses de arduo trabajo; sus abrazos y su “¿van a volver pronto, verdad? Queremos jugar con ustedes de nuevo”, fueron mi recordatorio de que todas las noches de desvelo y reuniones de horas, realmente valen la pena para crear un futuro mejor.
Es esa chispa la que me motiva a seguir trabajando por la niñez nicaragüense, es esa alegría la que me ha llevado a aprender a organizar mi tiempo para siempre tener un espacio para defender sus derechos. Nunca me imaginaba que podría cursar una doble titulación y seguir siendo voluntaria; de hecho, una de mis principales preocupaciones en 2019 era cómo balancear mis actividades para mantener un alto rendimiento académico y entregar lo mejor de mí en el voluntariado. Hoy, mantengo en mi mente la sonrisa de los niños con los que he compartido grandes experiencias, y la he convertido en el motor para entregar un trabajo de calidad tanto en lo académico como en el voluntariado.
Por supuesto, este recorrido no lo he hecho sola. Cada objetivo alcanzado dentro del voluntariado y cada sonrisa pintada en el rostro de un niño, se han logrado gracias al trabajo en equipo. Algo increíble que te da ser voluntario es conocer otros jóvenes igual de motivados que vos y dispuestos a trabajar por la niñez nicaragüense.
Entre voluntarios, se forma una conexión inexplicable que, para mí, ha sido el punto de partida de grandes amistades. Nuestro equipo de trabajo se ha vuelto un grupo de amigos dispuestos a apoyarse los unos a los otros, tanto en los buenos momentos como en aquellos percibidos como “fracasos”. Ellos son ese combustible que permite mantener una alta motivación en tiempos difíciles, como lo ha sido la pandemia que vivimos actualmente.
En el “viaje de voluntario” entran a tu vida personas increíbles que, incluso estando en otro país o ciudad, dan lo mejor de sí mismos para conseguir un mismo objetivo: crear un futuro mejor. De acuerdo a UNICEF Nicaragua, en 2021 más de 421 voluntarios desarrollaron proyectos en distintos lugares… ¿Increíble, verdad? Jóvenes como vos y yo que, incluso sin haber interactuado unos con otros, saben que están respaldados por toda una red de amigos que llevan la etiqueta de “voluntarios”.
Gracias a todas las experiencias que he vivido como voluntaria, me he convertido en líder al servicio de la comunidad. Sí, mi vida ha cambiado mucho desde 2019, y cambió aún más con el inicio de la pandemia, pero dentro de todos esos cambios hay uno que ha impactado mi vida de gran manera: el liderazgo que he construido gracias al voluntariado.
Saber que tu trabajo puede convertirse en la sonrisa genuina de un niño no tiene precio; vos, como voluntario, podés cambiar la vida de los que más lo necesitan y, sin darte cuenta, cambiás tu propia vida derribando todo aquello que antes considerabas un “obstáculo” para ayudar. Hoy digo con mucho orgullo que soy voluntaria de UNICEF, trabajando junto a un increíble equipo de amigos orientados a un mismo objetivo, con las pilas bien puestas para crear un futuro mejor, y líderes del cambio que necesita nuestra sociedad…
¿Y vos, estás pilas puestas para cambiar el mundo?